Periódico Digital PIEB • 30-10-2015 El sociólogo David Mendoza explica que la concepción, los significados, los rituales, la religiosidad y la cultura respecto de la relación vida-muerte es amplia. La angustia de los seres humanos por la muerte los ha llevado a distintos derroteros. En el mundo andino prehispánico hay una concepción de la muerte ligada a un paso hacia un mundo donde también se puede habitar. Mendoza dice que ese paso estaba intermediado por el estatus social: si eras el soberano, un guerrero o un sacerdote tenías, en cada caso, un diferente ritual para encontrarte con la muerte. ¿Entonces cuál es esa concepción de la muerte? “Desde Tiahuanacu el cuerpo, como materia, y el espíritu no desaparecen sino que permanecen –dice el sociólogo Mendoza. Todo el horizonte cultural, de Tiahuanacu, Huancarani e incluso los Incas, creía en la existencia de una trascendencia hacia la otra vida. En algunas etnografías dicen que uno no muere del todo, sino que es un viaje, en ese viaje se necesita muchos elementos para caminar hasta ese lugar que muchos llaman Huiñaymarca. Hoy se imaginan otros lugares que están relacionados con la concepción católica”. En la antigüedad los soberanos eran enterrados con su servidumbre porque pensaban que en la otra vida iban a necesitarla (guerreros, sacerdotes, hijos, esposa), además existía el sacrificio humano que era como una ofrenda para demandar algo o aplacar la ira de la montaña. Mendoza explica que en el actual momento histórico muchas cosas se han mezclado, el Todos Santos que vivimos en la región occidental del país no es ni andino ni católico: “el pueblo mezcla las cosas, como estrategia de negociación frente a la dominación colonial”. La mesa o altar construido en Todos Santos es un intercambio de dones con las almas o ajayus, según el sociólogo. En la época colonial, el pueblo sacaba a las chullpas momificadas a pasear y a compartir comida y bebida con los vivos. Entre la gente del pueblo era natural recibir al visitante por un momento, que llegaba trayendo lluvia, fertilidad y abundancia. Mendoza considera que los altares o mesas de Todos Santos surgieron de un “fuerte adoctrinamiento católico”. Los aymaras cedieron, dejaron de sacar a los muertos a pasear, pero los representaron en las tantawawas (personas hechas de pan). “La tantawawa es el símbolo de la persona a la que van a rendir homenaje –dice. Por eso la ponen en el altar armado en la casa para que vengan los parientes a visitarte. Hay una relación entre el mundo privado y el lugar sagrado, dos días es sagrado ese lugar, después se vuelve profano porque se desarma la mesa y se comen las ofrendas o las destinan a los reciris”. La afirmación tiene una referencia en un artículo de Fernando Suárez Saavedra, cuando revisa la edición del periódico El Día de la ciudad de Sucre, del 21 de febrero de 1893: “Se lleva música del pueblo al cementerio público, y al son de ella se procede a desenterrar a los muertos. Todas las mujeres y muchachos asisten al acto, toman cada cual una parte de los restos, y, en una especie de procesión, los traen al templo. En el atrio hay preparadas varias mesas decoradas con tules negros, donde colocan diseminados los restos arrancados de sus fosas en completa dislocación. Y allí el sacerdote, que autoriza esta bárbara profanación de los restos humanos, completa la fiesta con sus rezos y demás ceremonias, con las que, después de explotar a los vivos, deja que vuelvan a llevar al panteón con música e igual algazara que al principio los repugnantes huesos de los muertos, formando un espectáculo digno de los pueblos más estúpidos de paganismo”. Autores como Gerardo Fernández, dice Mendoza, habla de las “apxatas”, es decir los altares, mientras que otros ven en ellas arquitecturas parecidas a las torres de las iglesias o similares a los altares dedicados a los santos católicos (con la imagen central, velas, flores, el crucifijo, etc.). “Los significados se han ido construyendo, muchos tienen distintas interpretaciones, la escalera tal vez es la más común pues supone que es para que las almas bajen y suban, los animales son para que vayan y vuelvan… Muchos de esos elementos están ligados para mí con el concepto de fertilidad, es una mesa de abundancia con la que recibes el encuentro de los ajayus”, dice Mendoza. El otro aspecto que resalta es la redistribución de los bienes simbólicos: de la niña que juega con la tantawawa simulando que es su hijo; de la abundancia que alcanza a muchas personas; de la gente empobrecida que es beneficiada con esa redistribución. Referencias: Desenterramientos en Charcas y Bolivia desde la época prehispánica al siglo XX. Suárez Saavedra, Fernando. En: Estudios Bolivianos Nº 19. Instituto de Estudios Bolivianos. 2013. La Paz. |
© Los artículos difundidos por el Periódico Digital PIEB
pueden ser reproducidos total o parcialmente, citando la fuente. |