En busca de más prosperidad, la gente hace filas inmensas para conseguir una mesa y ofrendarla el primer día de agosto. Muchos realizan la ceremonia en apachetas.
Chifleras y yatiris llenan la calle Linares, la Max Paredes y vías aledañas.
Verónica Zapana S. / La Paz
«Vas a colocar azúcar, canela, 12 hojas de coca, vino, alcohol y una manzana roja. Vas a partir la manzana a la mitad y la colocas a ambos lados. Esta fruta es para atraer la suerte en el negocio”, recomienda doña Polonia Saenz, mientras, con cuidado extremo, envuelve en una hoja de papel sábana dulces, nueces, koa y lanas de colores.
«No te vas a olvidar mi sullito (feto de llama)”, pide Emma Conde a la yatiri, y espera ansiosa la segunda mesa que hizo preparar con doña Polonia. «Ésta es para mis hijos -cuenta la cliente-. Ellos tienen un restaurante en Miraflores y como es negocio de comida debe tener un sullo para atraer más la plata”.
La primera mesa de Conde fue para su propio negocio: una tienda de vestidos de novias. «El mío no necesita sullito porque es una negocio de ropa”, explica.
Para la cultura andina, las mesas alimentan a la Pachamama y le agradecen por los favores concedidos. A cambio, ella da mayor prosperidad. Las ofrendas se incrementan en agosto, que comienza mañana y que es el mes dedicado a la Madre Tierra.
«La wajt’a es para que se alimente la Pachamana que se levanta hambrienta y devora lo que le ofrecen”, sentencia doña Polonia y apura su trabajo. En su puesto de la calle Max Paredes, cientos de personas la esperan .
Con sus 61 años de experiencia, Saenz recomienda quemar la mesa la noche del 31 de julio y el 1 de agosto. «El primero de agosto la Madre Tierra se despierta con mucha hambre. Su boca se abre más que en otros días y si le das lo que le gusta, te complace”, corrobora Nely Pérez desde la fila.
Doña Nely cuenta que desde hace cinco años no ha dejado de hacer su wajt’a. «Comienzo a las 11:00 de la noche, preparo las maderas pequeñas, el alcohol y el brasero, para que a las cero horas del primero de agosto, la Pachamama coma mi ofrenda”, explica.
Como cada agosto, la creyente encarga una mesa completa, es decir, para la salud, la estabilidad matrimonial, los estudios de sus hijos y, sobre todo, para tener buenos resultados en su negocio. «Desde que hago este ritual me va bien, no me quejo”, dice.
La mujer de unos 40 años es la última de las más de 200 personas que hacen fila para adquirir una mesa de doña Polonia. A medida que pasan las horas, la fila crece. «Doña Polonia tiene buena mano, por eso compramos de ella”, comenta una señora de la cola, quien afirma que irá a una apacheta a dar su ofrenda.
En las inmediaciones de la avenida Max Paredes y la calle Linarees hay decenas de puestos de chifleras que arman mesas en vísperas del inicio de agosto. Pese a la competencia, a Saenz le sobra el trabajo.
Debido a la demanda, doña Polonia habilitó un espacio frente a su puesto para que tres de sus ayudantes preparen las mesas. «Hay de 20, 30 y 50 bolivianos”, dice una de sus colaboradoras más antiguas, Juana Canoa.
Pero la yatiri supervisa cada una de la mesas. Una vez que han reunido los elementos necesarios para cada ofrenda, las ayudantes las llevan ante doña Polonia para que ella, personalmente, termine la elaboración.
«Esta mesa es para un hotel, por eso tiene esta figura (muestra un dulce con diseño de edificio)”, afirma Polonia, se persigna y la entrega a su dueño.
Preparan 12 tipos de mesas para una wajt’a
En agosto, la Pachamama recibe al menos 12 mesas distintas para alimentarse, cuenta Polonia Saenz, quien desde hace 61 años prepara esas ofrendas.
Explica que todas las preparaciones llevan la planta de koa esparcida en un papel sábana como base. Al rededor se colocan lanas de colores formando un círculo y se añaden dulces de colores y figuras que brindan suerte: las manos, el sapo y el tata Santiago. Además se agregan nueces y papel brillante de colores.
A esa preparación básica se suman los insumos para una mesa específica. Hay ofrendas especiales para la salud, el trabajo, la familia, el estudio, el amor y el negocio. Dentro de este último también hay especialidades para la tienda, el restaurante, el hotel, el auto, los viajes, la oficina y el puesto de venta.
«Cada mesa tiene distintos sabores y las degusta muy bien nuestra Madre Tierra. Ella sabe diferenciar”, afirmó la chiflera de la calle Linares, Rosa Flores.
Los costos oscilan entre 20, 30, 50 y 80 bolivianos. El sullu (feto de llama) puede elevar el precio hasta 200 bolivianos.
«El sullu chiquito cuesta 50, el mediano 80 y el grande 120 bolivianos. No hay que medirse para ofrendar a la Pachamama”, recomienda Flores.