Ojo de Vidrio
Una nostálgica nota de evocación “cochala”, un lamento porque la cultura de la hamburguesa reemplaza al mote y la tradición agraria.
En toda cultura hay una herencia en visión del mundo, en usos y costumbres que contribuye a moldear la sociedad actual. ¿Cuál es la herencia que recibimos en Cochabamba?
Sin duda, la de una sociedad agraria, con fuertes raíces en los valles productores, pero tan móvil que allí nació la leyenda de la bandera de chicha en la Luna. ¡Dónde no hay cochabambinos!
Los mitayos de la Colonia se daban modos para negociar su retorno a los valles en épocas de cosecha para volver con productos alimenticios: trigo para los españoles y maíz para las laguas de los mitayos.
Grano, siempre grano, que es el mejor alimento y está en la raíz de hombres y mujeres fuertes, aptos para el trabajo, el esfuerzo, los viajes a pie y la alimentación frugal siempre a base de laguas, pito, tostado, mote, humintas o choclo fresco.
Nuestros abuelos y nuestros padres no tenían la costumbre del té inglés, introducido en La Paz y Oruro con el ferrocarril y las importaciones. El desayuno frecuente era una taza de infusión de cedrón con pan de harina integral al amanecer; el almuerzo a las diez de la mañana consistía en una sustanciosa lagua, un chaqe, un lluspichi o un chupe servido en un ch’illami o plato grande, y nada más.
Hasta hoy las viejas pensiones ofrecen “almuerzo y segundo”, como si el almuerzo fuera el caldo por antonomasia, porque el segundo se servía después de las cuatro de la tarde (a veces, alrededor de las tres, un aperitivo llamado sajra hora, la hora mala, consistente en un k’allu, un solterito o unos choclos con queso y locoto).
De ahí quizá viene una costumbre muy cochabambina que no hay en otros valles: la del plato de la tarde, una sola especialidad por día, no el menú de un restaurante sino el plato del figón, común para todos los comensales.
Estas costumbres agrarias son muy sanas, pues un plato a las cuatro de la tarde es digerido con calma antes de acostarse, al calor de una jarra de chicha, para descansar cuando se entra el sol y levantarse al amanecer a reiniciar la jornada.
La semana agraria se inicia el martes. ¿Por qué? Porque el sábado es el día más laborioso, es el día de “cancha”, cuando hay que comercializar los productos de la agricultura, la ganadería, la artesanía o el comercio en general, y esto dura todo el día y determina que el “viernes de soltero” no sea una costumbre típica del valle agrario sino una imposición de la burocracia que trabaja de lunes a viernes.
Aquí no: el viernes por la noche hay que preparar “la mercadería” para el sábado. De ahí viene la costumbre del domingo familiar y del lunes “de zapatero”: el domingo para la familia, que comparte un plato comunitario, por lo general un chicharrón de cerdo rociado de chicha y durante el día.
Esto porque somos borrachos solares: nuestras pilas funcionan mientras hay sol; podemos iniciar la jornada de disfrute a las nueve o diez de la mañana y prolongarla todo el día para acostarnos temprano.
Ésta es a raíz de un reproche frecuente de los visitantes de ciudades más grandes, que se quejan de que en Cochabamba “no hay vida nocturna”, un resabio de la sociedad agraria que se va perdiendo en las zonas de consumo noctámbulo, particularmente en la zona norte.
Llega el lunes y uno está “a media fuerza” porque ha trabajado intensamente el día sábado, ha compartido con la familia el domingo y el lunes está presto a disfrutarlo con los amigos, a la sombra de un plato frío: el escabeche de patitas de cerdo o el enrollado de carne del mismo animal.
La rayuela como juego que sustituyó al sapo y la infaltable chicha, que hoy es “chamborneada”, es decir, mezclada con cerveza: a un balde de chicha, una botella de cerveza. Total, ambos vienen del grano y se fortalecen mutuamente.
La jornada semanal comienza el martes y termina por la noche del sábado. Por eso, si hay resoluciones municipales que prohíben el expendio de alcohol los lunes, quiere decir que no se ha estudiado como se debiera nuestros usos y costumbres, nuestra herencia cultural.
Las mujeres cochabambinas, en particular las cholas, se destacan por su extraordinaria laboriosidad y fortaleza.
Como decía Augusto Céspedes, ellas son mujeres emancipadas “económica y sexualmente”. Son cabezas de familia. No es posible comparar la extraordinaria devoción de los hijos por la madre cochabambina con el trato respetuoso e indiferente al padre.
El cumpleaños de la madre es una fiesta de tres días; en cambio, el del padre puede ser sólo de un plato bien servido, a veces sin fiesta. Pero el varón es necesario “porque es el respeto de la casa”. El varón es artesano, empleado público o empleado a secas, y gana menos que su mujer, pero ésta lo conserva para “hacerse respetar”.
Estas costumbres se van perdiendo. Ahora, cuando llega la ceremonia del matrimonio, nos vestimos muy elegantes, tenemos abundancia de damitas, contratamos un “local”, bebemos sidra de cuarta y ron de cuarta, y bailamos el vals sin que nadie nos haya enseñado a bailar ese torbellino inventado en Viena.
Y todo en lugar de vestirnos a la cochabambina, contratar un “viaje” de buena chicha punateña o cliceña, servir un picante suculento y bailar cueca.
Hoy consumimos poco grano, nos han invadido el pollo a la broaster, la Coca-Cola y las hamburguesas, que hacen negra competencia al silpancho, el trancapecho y el sándwich de chola, los fast food de la vieja sociedad agraria.
Hoy somos cada vez más noctámbulos y ya no nos citamos para compartir “un platito”, sino para beber en una plazuela ron barato mezclado con cualquier cola.
Ramón Rocha Monroy
Pagina Siete
La Paz, Bolivia – 12/10/2012