Tag Archives: Ramon Rocha Monroy

Cochabamba, ayer y hoy

14 Sep

Ojo de Vidrio

Una nostálgica nota de evocación “cochala”, un lamento porque la cultura de la hamburguesa reemplaza al mote y la tradición agraria.

En toda cultura hay una herencia en visión del mundo, en usos y costumbres que contribuye a moldear la sociedad actual. ¿Cuál es la herencia que recibimos en Cochabamba?

Sin duda, la de una sociedad agraria, con fuertes raíces en los valles productores, pero tan móvil que allí nació la leyenda de la bandera de chicha en la Luna. ¡Dónde no hay cochabambinos!

Los mitayos de la Colonia se daban modos para negociar su retorno a los valles en épocas de cosecha para volver con productos alimenticios: trigo para los españoles y maíz para las laguas de los mitayos.

Grano, siempre grano, que es el mejor alimento y está en la raíz de hombres y mujeres fuertes, aptos para el trabajo, el esfuerzo, los viajes a pie y la alimentación frugal siempre a base de laguas, pito, tostado, mote, humintas o choclo fresco.

Nuestros abuelos y nuestros padres no tenían la costumbre del té inglés, introducido en La Paz y Oruro con el ferrocarril y las importaciones. El desayuno frecuente era una taza de infusión de cedrón con pan de harina integral al amanecer; el almuerzo a las diez de la mañana consistía en una sustanciosa lagua, un chaqe, un lluspichi o un chupe servido en un ch’illami o plato grande, y nada más.

Hasta hoy las viejas pensiones ofrecen “almuerzo y segundo”, como si el almuerzo fuera el caldo por antonomasia, porque el segundo se servía después de las cuatro de la tarde (a veces, alrededor de las tres, un aperitivo llamado sajra hora, la hora mala, consistente en un k’allu, un solterito o unos choclos con queso y locoto).

De ahí quizá viene una costumbre muy cochabambina que no hay en otros valles: la del plato de la tarde, una sola especialidad por día, no el menú de un restaurante sino el plato del figón, común para todos los comensales.

Estas costumbres agrarias son muy sanas, pues un plato a las cuatro de la tarde es digerido con calma antes de acostarse, al calor de una jarra de chicha, para descansar cuando se entra el sol y levantarse al amanecer a reiniciar la jornada.

La semana agraria se inicia el martes. ¿Por qué? Porque el sábado es el día más laborioso, es el día de “cancha”, cuando hay que comercializar los productos de la agricultura, la ganadería, la artesanía o el comercio en general, y esto dura todo el día y determina que el “viernes de soltero” no sea una costumbre típica del valle agrario sino una imposición de la burocracia que trabaja de lunes a viernes.

Aquí no: el viernes por la noche hay que preparar “la mercadería” para el sábado. De ahí viene la costumbre del domingo familiar y del lunes “de zapatero”: el domingo para la familia, que comparte un plato comunitario, por lo general un chicharrón de cerdo rociado de chicha y durante el día.

Esto porque somos borrachos solares: nuestras pilas funcionan mientras hay sol; podemos iniciar la jornada de disfrute a las nueve o diez de la mañana y prolongarla todo el día para acostarnos temprano.

Ésta es a raíz de un reproche frecuente de los visitantes de ciudades más grandes, que se quejan de que en Cochabamba “no hay vida nocturna”, un resabio de la sociedad agraria que se va perdiendo en las zonas de consumo noctámbulo, particularmente en la zona norte.

Llega el lunes y uno está “a media fuerza” porque ha trabajado intensamente el día sábado, ha compartido con la familia el domingo y el lunes está presto a disfrutarlo con los amigos, a la sombra de un plato frío: el escabeche de patitas de cerdo o el enrollado de carne del mismo animal.

La rayuela como juego que sustituyó al sapo y la infaltable chicha, que hoy es “chamborneada”, es decir, mezclada con cerveza: a un balde de chicha, una botella de cerveza. Total, ambos vienen del grano y se fortalecen mutuamente.

La jornada semanal comienza el martes y termina por la noche del sábado. Por eso, si hay resoluciones municipales que prohíben el expendio de alcohol los lunes, quiere decir que no se ha estudiado como se debiera nuestros usos y costumbres, nuestra herencia cultural.

Las mujeres cochabambinas, en particular las cholas, se destacan por su extraordinaria laboriosidad y fortaleza.

Como decía Augusto Céspedes, ellas son mujeres emancipadas “económica y sexualmente”. Son cabezas de familia. No es posible comparar la extraordinaria devoción de los hijos por la madre cochabambina con el trato respetuoso e indiferente al padre.

El cumpleaños de la madre es una fiesta de tres días; en cambio, el del padre puede ser sólo de un plato bien servido, a veces sin fiesta. Pero el varón es necesario “porque es el respeto de la casa”. El varón es artesano, empleado público o empleado a secas, y gana menos que su mujer, pero ésta lo conserva para “hacerse respetar”.

Estas costumbres se van perdiendo. Ahora, cuando llega la ceremonia del matrimonio, nos vestimos muy elegantes, tenemos abundancia de damitas, contratamos un “local”, bebemos sidra de cuarta y ron de cuarta, y bailamos el vals sin que nadie nos haya enseñado a bailar ese torbellino inventado en Viena.

Y todo en lugar de vestirnos a la cochabambina, contratar un “viaje” de buena chicha punateña o cliceña, servir un picante suculento y bailar cueca.

Hoy consumimos poco grano, nos han invadido el pollo a la broaster, la Coca-Cola y las hamburguesas, que hacen negra competencia al silpancho, el trancapecho y el sándwich de chola, los fast food de la vieja sociedad agraria.

Hoy somos cada vez más noctámbulos y ya no nos citamos para compartir “un platito”, sino para beber en una plazuela ron barato mezclado con cualquier cola.

Ramón Rocha Monroy

Pagina Siete

La Paz, Bolivia – 12/10/2012

La vida gastronómica en Cochabamba

14 Mar

 

 coc

 

Tres distinguidas historiadoras llegaron hace poco a Cochabamba y me telefonearon para que les aconsejara dónde comer bien, algo criollo, de la llajta. Les mencioné un lugar que frecuento, van y de inmediato se quejan: qué asco, ¿eso comes?, una barbaridad. Del mismo modo llega un gil de La Paz, lo llevo a comer salteñas y reclama dónde están las cebollitas en escabeche y el ají de maní, como si fueran tucumanas servidas a un costado del hotel Sucre, en El Prado paceño.

 

 

Ésa es la raíz del problema: que la fama de la cocina tradicional en Cochabamba es también una educación del gusto del cochabambino que a cualquier forastero puede saberle a gusto adquirido. O rechazado. Así ocurre, por ejemplo, con el Triunvirato, la Silica o la Chanqa de conejo. Invité a un amigo navarro a comer Triunvirato en el lugar de su invención, la calle Lanza casi esquina Venezuela, y no entendió que yo voy allí más para revivir el pasado que para comer. Es una familia muy grata, que me recibe con cariño por décadas. ¿Qué hubiera pasado si le invitaba una Silica donde doña Emmita Quiroga de Quinteros? El lugar es en la plaza Osorio y la silica mixta con ranga ranga es un manjar divino y levantamuertos que en ese sitio tiene un gusto inigualable… para el paladar cochabambino.

 

 

Con la chanqa de conejo ocurren peores cosas porque ése sí que es un gusto adquirido para cualquiera que no haya nacido en este valle. Para este servidor es un manjar de dioses servido en ch’illami con habas tiernas, papas blancas y cebolla verde, un centro de mesa de aroma inconfundible. Antes iba a visitar a doña Dorita, la legendaria Patapollera, en Sarco, y hoy me sirvo ese manjar criollo en el Cantinflas de Sacaba, porque en La Isla de la Fantasía prefiero un lambreado. Son deliciosos… para mi paladar, que es 100 por ciento cochabambino.

 

 

Por las mañanas suelo ir al restaurant Tunari, en El Prado. Hay días que se me antoja un chorizo, pero hay otros en que amanezco deseando un fricasé, y a veces un riñón con caldo. Si llevo a un paceño, seguro me dirá que el fricasé de la Alexander es único en el mundo y que no hay nada mejor que el jolke paceño, como si no hubiera el jolke sucrense, que no tiene caldo porque es un guiso de riñón de vaca con ají colorado. ¿Qué pasaría si lo llevo a comer un fricasé cochabambino donde doña Naty, por el Servicio de Caminos? Quizá se queje todo el tiempo añorando su fricasé paceño, pero yo hice maestría y doctorado donde La 1,20, que es donde creció doña Natty, allí detrás de la Escuela Técnica de Salud. Ese fricasé tiene hoy varias versiones, pero quizá más que nada me gusta la llajua, que tiene hierbas humildes y delicados cubos de cebolla.

 

 

Las cuatro de la tarde es una hora crítica, porque suelo pensar en visitar el restaurant Suipacha, en la calle del mismo nombre, cerca de la avenida Heroínas. Los martes hacen un mondongo de menudencias para sorberse los mocos de gusto. Algunos comensales miran mi plato con envidia, porque para ellos sería un inmediato ataque de gota, pero a Dios gracias no tengo ese mal desde que tomo infusiones de toda clase.

 

 

Cierto día, un buen amigo se acercó a una mesa llena de italianos que acompañaban a unos astros del folklore. Se enteró que eran italianos y les aconsejó comer Fidius uchu: tenían que probarlo porque era único en el mundo. La verdad, me dio vergüenza ajena porque el fideo de ese platillo es del país y normalmente viene sobrecocido, nunca al dente. ¿Cómo enseñarle a un italiano a comer pastas? Pero así es el gusto regional: cuando veo un Fidius uchu, se me hace agua la boca.

 

 

El autor es cronista de Cochabamba

 

 OJO DE VIDRIO

Por Ramón Rocha Monroy

http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/columnistas/20130608/la-vida-gastronomica-en-cochabamba_216042_464966.html

Trancapecho

30 Ene

Es un plato que realmente tranca el pecho. La Tranca Pecho es el sillpancho, que se pone dentro de un pan francés o de un redondo criollo, puede ser un pan de Toco. Es típico de la ciudad de Cochabambina.   “Sólo a nuestras bravas cochabambinas se les podía haber ocurrido globalizar el silpancho convirtiéndolo en un avatar de ese invento de Lord Montague: el sándwich. Abrieron entonces el vientre de un buen pan de toco y lo rellenaron con esa milanesa venida a menos que es la delgadísima carne apanada y frita del silpancho; le agregaron el consabido huevo estrellado y la salsa de tomate, cebolla y locoto picados en cubitos milimétricos. Hasta ahí no habían innovado prácticamente nada, pero entonces se manifestó el espíritu faústico de la región y le agregó el toque inconcebible y final: el arroz y la papa cocida y frita. Listo: nació una nueva criatura alimenticia que, como todo recién nacido, no tenía nombre; y entonces el pueblo aquilató su consistencia de hormigón armado y lo bautizó con el pagano nombre de Trancapecho. ¡Es que te tranca de la boca al orto, y peor que el antojito mexicano que comentamos!”

Por Rocha Monroy Ramón – Columnista , escribe en Los Tiempos de Cochabamba.

La receta del sillp’ancho, la encuentran en el blog en el dia 18 de Enero, la receta completa se la coloca dentro el pan y asi se convierte en el famoso  Trancapecho.

@esterucaa

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